A un poco más de una hora hacia el oeste de Bangkok se encuentra Kanchanaburi, una ciudad que por su nombre seguro que no os dirá nada, pero si os decimos que por ahí pasa un río llamado Kwai y que tiene un puente, seguro que algo sí que os empieza a sonar (literalmente, ya que la película tiene uno de los silbidos más famosos en la historia del cine). Una ciudad, calmada y tranquila, cuyo patrimonio está asociado a la II Guerra Mundial y que también puede utilizarse como base para explorar el Parque Nacional de Erawan y sus numerosas cascadas. Sin duda, una agradable escapada al agobio y la humedad de la multitudinaria Bangkok.
En un principio Kanchanaburi no entraba en nuestro plan, ya que había que desplazarse hacia el oeste cuando nuestra idea era ir directo hacia el norte y cruzar la frontera con Laos en menos de quince días. Pero, ya que en Bangkok vimos bastantes templos budistas y sabiendo lo que nos iba a esperar en las próximas ciudades, buscábamos algo que rompiera esa monotonía y para eso esta ciudad era perfecta, ya que teníamos por un lado naturaleza y, por otro, historia asociada a la II Guerra Mundial. Así que finalmente nos decidimos a visitarla, nos metimos en una furgoneta y en poco menos de dos horas ya estábamos allí. La sensación al llegar fue, en parte, de alivio. Aunque, también húmeda, no tiene nada que ver con la sensación de aplatanamiento o flacidez (hablamos de cuerpo, no seáis sátiros) que genera Bangkok y la ciudad tampoco es que estuviera a rebosar de turistas. Nos alojamos en unas cabañitas bastante agradables situadas en la calle “mochilera” de la ciudad, Mae Nam Kwae, algo así como la Kao San de Bangkok pero con matices. Si bien está menos concurrida, el número de bares para extranjeros también es altísimo. Pero lo que llama de verdad la atención aquí es que la mayoría de éstos están frecuentados por cincuentones, siempre acompañados de una tailandesa que podría ser su hija (ya después comprobamos que es algo bastante común en Tailandia). Ante este panorama, nosotros preferíamos tomarnos las cervezas en nuestra cabañita, acompañados de mosquitos, cientos de ranas y un gato siamés bastante simpático. Como dato positivo, en esta calle se encuentra el restaurante vegetariano On’s, que con su comida norteña, es uno de los lugarse donde mejor hemos comido en Tailandia.
Como la ciudad es pequeña, lo mejor es visitarla en bici. Su patrimonio está principalmente asociado a la línea de ferrocarril de la muerte. Básicamente fue construida por el imperio de Japón durante la II Guerra Mundial y que tenía como objetivo abastecer a sus tropas en la Campaña de Birmania. La mano de obra para su construcción provenía en parte de prisioneros de guerra y dada las condiciones de trabajo a las que estaban sometidos se calcula que perecieron más de cien mil trabajadores, en torno a un tercio del total. De toda esa línea de ferrocarril (que aún sigue activa) su punto más conocido es el “reconstruido” puente sobre el río Kwai. Todo el que haya visto la película ya sabe lo que ocurrió, así que del antiguo puente solo quedan los arcos laterales. También se puede visitar el cementerio de los aliados, donde están enterrados aquellos soldados muertos durante la construcción de la línea de ferrocarril, así como un museo (nosotros a este último no fuimos).
El parque nacional de Erawan es una parada obligatoria si visitas Kanchanaburi. Nosotros fuimos usando el bus local (una hora y media aproximádamente). Cogimos el primero de la mañana y, gracias a eso, fuimos testigos de algo que llamo mucho la atención. A las 8 de la mañana suena el himno nacional y todo el mundo (no exageramos, es todo el mundo de verdad) deja lo que esté haciendo en ese momento para cuadrarse y escucharlo. Aunque ya lo comentaremos en otro post, resulta sorprendente la devoción que en este pueblo se le tiene a la familia real, y eso que no aparecen en el ¡Hola!, sus fotos están por todas partes a lo largo y ancho del país. Volviendo al tema, Erawan es conocido por sus cascadas de siete niveles. Te puedes bañar en casi todos ellos pero para nuestro gusto los niveles segundo y séptimo son los más bonitos, de aguas turquesas y llenas de peces de los que se comen la piel muerta de los pies, aunque dado el tamaño de alguno, salimos hasta con las uñas cortadas.
Como llegamos temprano nuestra idea fue subir rápido hasta el séptimo, ya que suponíamos que a esa hora no iba a haber tanta gente arriba… ¡Pues nos equivocamos! Cuando llegamos arriba tras hora y pico de subida aquello estaba tan lleno de gente (mayoría rusa) que aquello parecía Isla Fantasía (o el Guadalpark, para que nos entiendan los de Sevilla). Aún así, dada la belleza del lugar, nos pareció un sitio altamente recomendable.
Y ya una vez bañados y fresquitos, sí que pusimos rumbo al centro de Tailandia, con Ayutthaya, Lopburi y Sukkothai como próximas paradas.
Preciosos los lagos y muy bien contado
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Gracias por tu comentario señor Anónimo!! Aunque para bien contado tu Lazarillo de Tormes…
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